Cada año compramos a escala global 30 mil millones de toneladas de objetos, desde cajas de pizza hasta viviendas familiares, y desechamos 13 mil millones de toneladas como basura: aproximadamente, dos toneladas por persona. Estos datos, ofrecidos por dos investigadores en la revista The Conversation, inciden además en que un tercio de lo que desechamos se compró el mismo año. Así pues, estamos inmersos en un modelo absolutamente consumista. Y, como dije en un artículo anterior de la serie, este sistema lineal basado en “producir, usar y tirar” una cantidad inmensa de productos está llegando a su fin.
En Canarias tenemos, además, una serie de problemas añadidos. Así, el estudio Gestión de residuos y economía circular, publicado en 2018 por la EAE, sitúa a Canarias como la segunda comunidad en cantidad de residuos urbanos per cápita, después de Baleares (594,1 kg y 800, 6 kg, respectivamente). Lo que deja bien a las claras que los flujos de materiales y energía necesarios para el metabolismo del sector turístico generan una huella ecológica muy significativa, cuyo impacto se ve agravado por nuestra fragmentación insular. Este modelo ineficiente está llevando a nuestras islas y al planeta al límite de su capacidad de carga, impulsando la crisis climática y agotando los recursos que necesitamos para construir una sociedad más justa y próspera en el futuro.

Hasta ahora, nuestra estructura económica lineal ha favorecido la generación y eliminación de residuos y al final de ese ciclo se ha añadido el reciclaje, pero tenemos que enfrentar el problema de una manera más sistémica y global. En primer lugar, debemos partir de la base de que no existen “residuos”, sino que son materia prima, que deberían servir para alimentar continuamente nuestra producción, manteniendo un alto valor durante más tiempo mediante la reutilización, la reparación y el reciclaje. Un informe de la ONU sobre residuos electrónicos de 2019 establecía que hay cien veces más oro en una tonelada de teléfonos móviles desechados que en una tonelada de mineral de oro. Así que no es de extrañar que en la actualidad se hable de la “minería urbana” como una actividad emergente para recuperar todo tipo de metales, especialmente los metales raros.
Además, no basta con reciclar. Puede parecer una idea radical pero, al mantener los materiales en bucles continuos y cerrados, los ecosistemas pueden regenerarse y restaurarse. Recientemente me llegaba un vídeo de un hotel en el que se compostan los residuos orgánicos no sólo para utilizarlos en sus jardines, sino para regenerar antiguos terrenos agrícolas baldíos por un uso intensivo e inadecuado en el pasado. Esta es una manera interesante de cerrar un bucle, de impulsar una visión regenerativa y restaurativa de la economía que está ocurriendo ahora mismo en Canarias. También podemos cerrar los bucles desde el momento de su diseño, pasando por el mantenimiento preventivo, la reutilización, la actualización o remanufacturación. En la actualidad, existen incontables ejemplos de buenas prácticas de economía circular en sectores como la salud o la automoción. Sin embargo, el desafío para Canarias está en incorporar dicho modelo al sector servicios en simbiosis con otros sectores, y para ello vamos a tener que estudiar muy bien los flujos de materiales y energía para encontrar nichos de actividad acordes con nuestra realidad insular y estructural.
La transición digital, la economía circular y la bioeconomía son clave para canarias
Por otro lado, la inteligencia artificial, la fabricación digital, la ingeniería de datos y el Internet de las Cosas pueden jugar un papel cada vez más importante en impulsar y desmaterializar nuestra economía, estableciendo modelos innovadores que nos dirijan hacia un futuro sostenible. Desde este punto de vista, la transición digital y la economía circular son dos ejes clave junto con, a mi modo de ver, la bioeconomía, que en Canarias podría proporcionarnos recursos marinos renovables que sustituyesen a los productos derivados del petróleo.
En definitiva, un objetivo que debemos perseguir de manera clara es el diseño de una estrategia para la transición hacia una economía verde. Porque, aunque es cierto que durante la pandemia se ha reducido el consumo en muchos ámbitos, en otros se ha producido un aumento, como los aparatos para hacer ejercicio, el material de oficina, el material electrónico, o el plástico de un solo uso. La inercia del sistema de producción lineal sigue ahí presente y Canarias puede ser un magnífico banco de pruebas para superarla. Las condiciones y los desafíos de un territorio insular como este aceleran la necesidad de impulsar un gran Acuerdo Verde con una fuerte componente digital y circular. Tenemos los mimbres para convertirnos en un laboratorio para ensayar programas basados en los principios del “Green New Deal”, para transitar hacia una sociedad más sostenible e inclusiva. Este relato es, en mi opinión, el que debe sostener al menos una parte de nuestro imaginario colectivo como país canario en el siglo XXI.