Vista del Roque Nublo entre vegetación | PIXABAY

Mi respuesta es un sí rotundo. La pandemia del coronavirus nos ha dejado bien claro que “diversificar” la economía no es solamente un concepto para quedar bien en los discursos, sino una necesidad indiscutible. Estudios como el publicado sobre Economía Circular por la Fundación Ellen Macarthur y el Centro McKinsey muestran una clara relación entre la resiliencia económica y la diversificación y complejidad de los mercados. Para ello, debemos seguir profundizando en la digitalización y el trabajo remoto, la economía azul, la bioeconomía, la economía circular o el sector audiovisual, tal y como se ha venido haciendo desde el Cabildo de Gran Canaria. Todos somos conscientes del papel que juega el turismo en nuestro producto interior bruto, pero no parece saludable que la economía de una sociedad dependa de manera abrumadora de un solo sector económico. Hace años tuve la oportunidad de leer informes de desarrollo sostenible de la Columbia Británica canadiense en los que cada comarca era evaluada con un índice de sostenibilidad, que era inversamente proporcional a su dependencia del sector forestal. Aquí, en Canarias, deberíamos tener uno similar que fuese capaz de establecer la resiliencia de nuestro modelo de desarrollo en función, entre otras cosas, de nuestro grado de dependencia del sector turístico. Así, tendríamos indicadores que nos permitirían conocer no solo cómo de resiliente es nuestra economía, sino también qué políticas son efectivas a la hora de potenciar sectores emergentes.

Además, para reconstruir nuestra economía y mitigar los peores efectos del cambio climático, se requiere de una acción coordinada en la transición energética de Canarias que implique mucha inversión. Eso significa promulgar un programa masivo para implementar tecnologías e infraestructuras bajas en carbono que estimularán la economía, generarán puestos de trabajo y reducirán la contaminación. Tanto el Gobierno de Canarias como las instituciones locales deben impulsar la innovación energética para abordar la crisis cada vez más profunda del cambio climático. En este sentido, coincido totalmente con la visión que transmite la economista Mariana Mazzucato cuando defiende que las instituciones públicas deben liderar el camino en la revolución de la energía verde.

Estas aspiraciones se han ido extendiendo en los últimos años a través de diferentes propuestas como, por ejemplo, el Green New Deal (o Nuevo Acuerdo Verde) tanto en los Estados Unidos como en Europa. El fin no es otro que movilizar rápidamente a los gobiernos, la sociedad y la industria para crear un futuro sostenible con bajas emisiones de carbono. Los objetivos son similares: alcanzar la neutralidad climática en 2050, tener una alimentación y agricultura sostenibles, hacer una transición hacia la economía circular, garantizar la protección de la biodiversidad, reducir la contaminación, generar empleo verde y de calidad, o promover modos de transporte sostenible, entre otros.

Aspas de un aerogenerador | PIXABAY

Como decía en el primer artículo de esta serie, es una obligación moral salir en la buena dirección de esta encrucijada civilizatoria porque continuar con “lo de siempre” es inviable. Por eso es tan importante definir cómo queremos afrontarla, cuáles son los ejes sobre los que vamos a diseñar nuestras políticas de aquí a 2030 y, de manera más general, hasta 2050. ¿Cómo vamos a desarrollar el modelo energético de Canarias y cómo lo queremos concretar en cada una de las islas? ¿Cómo vamos a adaptarnos al calentamiento global que estamos sufriendo de manera cada vez más severa? Cada isla deberá buscar dentro de ese marco general la mejor concreción para su territorio. En el caso de Gran Canaria, no me cabe ninguna duda de que la central de Chira-Soria es la mejor opción para vertebrar una parte importante de nuestro futuro como sociedad. Si durante mucho tiempo fueron los alisios los que subían las nubes a cumbres y medianías para repartir el agua por la isla, ahora debemos aprovechar la tecnología para hacer lo mismo con la ayuda del viento y la energía sobrante de los aerogeneradores. Esta infraestructura crucial va a aumentar el nivel de penetración de energías renovables en la isla sin poner en riesgo la seguridad del sistema eléctrico, además de suponer una solución a las sequías que estamos sufriendo, especialmente nuestros agricultores, por el calentamiento global, así como una mejora para combatir los incendios que cada vez con más frecuencia asolan la isla. Es la mejor herencia que podemos dejar a las futuras generaciones, que estarán orgullosas de vivir en una isla más descarbonizada y sostenible.

Por eso mismo, creo que llega la hora de proponer un gran Acuerdo Verde en Canarias que acelere la transición ecológica de las islas y en el que decidamos qué políticas, tecnologías e infraestructuras son necesarias para alcanzar una reducción óptima de nuestras emisiones en 2030, alcanzar la neutralidad climática en 2050 y mejorar nuestra resiliencia de cara a los grandes desafíos de este siglo. Y, para ello, tenemos que declararle la guerra al calentamiento global y a la destrucción de los ecosistemas.

Debemos renunciar a un modelo económico basado en una cultura de la extracción infinita de recursos materiales, así como energía fósil barata en un mundo de recursos limitados. Por ello, ese Acuerdo Verde debe estar fuertemente enraizado en una visión circular de la economía y la transformación digital. Los tiempos del “producir, usar y tirar” se están acabando. No solamente debemos alcanzar una economía más verde, sino que tenemos que ser más eficientes. Pensemos en el plan de recuperación recientemente aprobado en Ámsterdam, basado en la “economía rosquilla” formulada por Kate Raworth. La transformación digital y la economía circular son fundamentales para satisfacer nuestras necesidades dentro de los límites que puede soportar el planeta. Y de ello hablaré en la tercera y última parte de esta serie de artículos.

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