Recientemente leí en el ensayo “Economía Circular”, de Ken Webster, cómo la evolución del PIB a escala mundial ha sido generalmente progresiva desde hace unos cuantos siglos hasta la actualidad. Ahora bien, desde los años 80, cuando completamos dicha gráfica con algún otro índice en el que el bienestar humano o el ambiental jueguen un papel relevante, ese crecimiento se convierte en un estancamiento. Es decir: el desarrollo económico puro y duro se ha transformado en un espejismo si lo consideramos al mismo tiempo que la calidad ambiental, las desigualdades de renta o el nivel de trabajo no remunerado. Los que tenemos ya una cierta edad y memoria histórica recordamos aquel momento como un cambio de época protagonizado por dos líderes ultraliberales, Margaret Thatcher y Ronald Reagan, en el que se impusieron doctrinas y valores que apuntaban hacia la desregulación económica y hacia la demonización del sector público. Así que, no es de extrañar que durante estas últimas décadas se haya desmantelado el Estado de Bienestar en favor de una globalización neoliberal, cuyo discurso se basa en la bondad per se de los flujos de capital, las redes de comunicación o las cadenas de suministro. Como la realidad no es plana sino más bien contradictoria, estos últimos años, marcados por la emergencia climática y la lucha contra las desigualdades, también han alumbrado modelos alternativos como la economía verde, colaborativa y circular. Pero todavía nos encontramos inmersos en una encrucijada, de la que tenemos que salir en la dirección correcta lo antes posible. En este y en los próximos artículos esbozaré lo que, en mi opinión, se necesita en Canarias para desarrollar un modelo más verde, inclusivo, circular y digital. Lo que de momento parece claro es que las reglas de juego de la globalización neoliberal se han ido al garete. Es el caso de la cadena de producción mundial, un modelo basado en precios bajos gracias a la mano de obra barata de muchos países asiáticos. La crisis de la COVID-19 rompió las costuras del sistema durante el momento más álgido de la crisis sanitaria: no había EPI suficientes, escaseaban los tests, y el mundo desarrollado forcejeaba en los mercados internacionales por hacernos con algo tan básico como mascarillas. Así, los Estados han recuperado protagonismo durante la crisis ante la ineficacia de las instituciones de carácter global, un liderazgo que ya muchos daban por acabado. En este contexto, la apuesta por una “desglobalización” proteccionista, cuyo lema es “nosotros primero”, constituye una de las vías de salida, en mi opinión, equivocada. En efecto, uno de los grandes interrogantes de cara al futuro es hasta qué punto la “desglobalización” proteccionista, que lideran Donald Trump o Boris Johnson, se materializará sin generar una alteración aún más negativa sobre la vida de las personas. El cierre y control de fronteras ha supuesto y supondrá un mazazo al flujo de mercancías y de personas. Por ejemplo, The Economist informaba recientemente de que las exportaciones de Corea del Sur han sufrido una caída interanual del 46%, un desplome desconocido desde que comenzaron a realizar estas estadísticas en 1967. Incluso aquí, en Canarias, hemos notado la subida de aranceles de la administración estadounidense con una caída significativa de nuestras exportaciones. Además, es una contradicción pretender afrontar los riesgos globales de la sociedad hiperconectada del siglo XXI con una vuelta al Estado-nación del pasado. Las pandemias, el cambio climático o la desigualdad no conocen fronteras ni Estados. En mi opinión, este momento que estamos viviendo tiene que ser una oportunidad para cambiar el mundo posterior a la caída del Muro de Berlín con nuevas recetas innovadoras que superen el ultraliberalismo de las últimas décadas y hagan emerger un “Bienestar 5.0”. Ahora es el momento de afrontar retos que no han formado parte de la lista de prioridades del mundo desarrollado neoliberal: la crisis climática, el envejecimiento de la población, los servicios sociales mal financiados, los trabajadores mal remunerados, un sistema sanitario frágil frente a las emergencias, la necesidad de implementar algún tipo de ingreso básico universal, una reforma fiscal que grave de manera justa y solidaria las grandes fortunas y empresas o una educación capaz de afrontar la brecha digital o el teletrabajo. Sin duda, vamos a tener que repensar muchas cosas y también repensarnos a nosotros mismos. Ya no valen amagos, como cuando se decía en 2008 que había que “refundar el capitalismo sobre bases éticas”, para después no hacer nada. Necesitamos capacidad de liderazgo para reinventarnos, porque las políticas de siempre no nos valen. Una de las cuestiones centrales de esta nueva etapa va a ser una transición ecológica justa e igualitaria a través de un gran consenso social, un reto global que vamos a tener que traducir de manera inteligente a la realidad de nuestro país canario para alcanzar la neutralidad climática en 2050. Además, esta transición debe romper con la insostenible inercia de los mercados, y ahí vamos a necesitar el liderazgo de un Estado innovador, capaz de construir una economía hipocarbónica y colaborativa basada en una distribución más justa de la riqueza. También vamos a tener que ser más “resilientes” frente a las nuevas crisis que van a producirse. La comunidad científica llevaba tiempo advirtiendo de que una pandemia como esta podía llegar y no estábamos preparados para enfrentarla. Justo exactamente lo mismo que está ocurriendo con el calentamiento global: todos sabemos que va a llegar y que sufriremos sus efectos, pero no hacemos lo suficiente para mitigarlos. Este verano se han alcanzado 38˚ en el Ártico, y los incendios han producido 56 millones de toneladas de emisiones de CO2. Si esta es la “normalidad” hacia la que estamos abocados, yo no la quiero ni para mí ni para las próximas generaciones. Sin duda, el camino no está exento de obstáculos. Recordemos que el mundo no se transformó a principios del siglo XX por una pandemia como la gripe española. Tuvo que producirse una nueva experiencia traumática, como una guerra mundial, para que el Estado de Bienestar o Bretton Woods pudiesen surgir. Ahora tenemos que reinventarnos: por obligación moral y por una cuestión de mera supervivencia. En los próximos artículos analizaré algunas de las políticas, como el Nuevo Acuerdo Verde y su posible aplicación a Canarias, la economía circular, o la transformación digital. Estas políticas pueden contribuir a que el futuro no sea una “nueva normalidad”, porque de esa receta ya sabemos bastante. |