Obra de Banksy, 2011 | Flickr: Dunk

La palabra ‘cultura’ tiene diversas acepciones que a menudo se emplean indistintamente ocasionando confusiones de sentido. Conviene, por tanto, antes de hablar de cultura, indicar sus usos principales. En un sentido antropológico, cultura sería todo aquello hecho por los seres humanos, todo lo que no viene dado por el entorno natural. La cultura sería entonces todo lo que no es naturaleza (aunque, como se sabe, el propio concepto de naturaleza es un constructo cultural). Si ajustamos un poco más esta definición antropológica, diríamos que la cultura sería coincidente con el estilo de vida de una sociedad, esto es, el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc. Por tanto, la cultura, lejos de ser un asunto de “culturetas” es, en realidad, todo lo que nos define como seres humanos. Y es obvio que descuidar algo así no parece muy recomendable. ¿Y por qué se descuida? Quizá, entre otras razones, porque comúnmente se maneja una versión del concepto de cultura que la entiende como separada del resto de actividades, experiencias y conocimientos humanos. Porque, cuando se habla de la cultura, no se suele utilizar la definición antropológica y amplia del término sino, como apunta Terry Eagleton en “The Idea of Culture”, su definición estética, esto es, específicamente todo lo que tiene que ver con las artes (música, pintura, danza, literatura, etc.).

Aun cuando nos refiramos a esta definición más estrecha del término cultura, no se entiende tampoco el motivo de esta falta de cuidado por las artes, ya que, está claro que las artes son un indicador de lo netamente humano. La humanidad sin arte sería mera animalidad (sin despreciar en absoluto al resto de especies animales, y sin entrar en el debate de si otras especies tienen cultura). La respuesta es clara, lejos de entender las artes como una parte fundamental de nuestra vida como humanes, las artes y la cultura se entienden como algo accesorio, como un lujo del que se puede prescindir. Pero si algo ha puesto de manifiesto esta crisis sanitaria es la evidencia de que los seres humanos no podemos llevar una vida mínimamente sana sin canciones, historias, imágenes, poesías; palabras, colores y sonidos combinados que nos hacen imaginar, sentir, reflexionar y, sobre todo, conectar con el resto de personas. Eso son las artes y eso es la cultura en cualquiera de sus sentidos: un bien de primera necesidad.

Ajustemos un poco más el tema para hablar de la cultura canaria. Como es bien sabido, no hay, ni ha habido cultura que sea o haya sido impermeable. Todas las sociedades humanas han tenido relaciones con otras sociedades que han producido cambios en sus culturas. La cultura canaria no es una excepción, es más, supone un buen ejemplo de cultura mestiza, ya que la geolocalización de su territorio ha hecho de estas islas un lugar al que han venido a recalar grupos humanos de muy distinta procedencia. Bajo el signo de la tricontinentalidad, la cultura canaria hoy lucha, como el resto de culturas locales, por encontrar su lugar entre la pertenencia a la cultura globalizada y la conservación de sus elementos locales distintivos. Cabe decir también que estos elementos locales, así como todo rasgo cultural, son una construcción humana, una invención, esto es, no salen de la naturaleza. El folclore no brota de la tierra, se inventa. No es más ‘auténtica’ una casa de piedra y madera que un edificio de cemento y acero, ambos son igual de ‘auténticos’, igual de humanos. No es más ‘natural’ un libro de papel que un e-book, ambos son invenciones humanas. El folclore y los elementos de la cultura local son un complejo inventado. Y si algo se inventa, es susceptible de ser reinventado. Porque uno de los grandes riesgos que corren las culturas locales es la naturalización de sus formas tradicionales de expresión, un camino que suele encontrar su punto de partida y de llegada en el mismo lugar: una visión romántica e irracional de los rasgos culturales, esto es, un nacionalismo rancio y reaccionario.

Así que si pensamos en la cultura canaria, en su importancia como eje vertebrador de la sociedad y de la política de las islas, debemos plantearnos cómo construir (sí, construir) una cultura canaria contemporánea que nos defina y que se interrelacione de modo sostenible tanto con el entorno natural como con las formas productivas (las existentes y las deseadas). La relación de nuestro estilo de vida con la naturaleza, con el turismo, con la energía y el sector primario solo apunta a una palabra: soberanía.

Esta crisis puede ser una oportunidad para tomar medidas que fortalezcan el tejido de la cultura como industria sostenible

Construir una cultura canaria contemporánea es una labor urgente. Se dirá que eso ya existe, que cada actividad cultural (en el sentido estético del término) que se hace en las islas va conformando nuestra cultura contemporánea. Y es cierto, pero quizá un mínimo de planificación no venga mal. Quizá debamos aprovechar esta fase de ‘reconstrucción’ que se avecina para poner en valor nuestros recursos creativos y culturales, y hacer que confluyan con el resto de motores económicos que han de ponerse en marcha. No se trata de una propuesta ajena a la tradición moderna canaria: los casos de Néstor Fernández de la Torre y César Manrique son un ejemplo de cómo aplicar la artes de vanguardia a la especificidad de los elementos propios canarios para dotar de sentido estético, tanto al disfrute de nuestro entorno natural, como a la oferta de símbolos materiales de calidad para una industria turística que ha de refundarse, precisamente, en turismo sostenible y de calidad. Los casos de Néstor y César han de ser revisados. Es obvio que ninguna actuación humana es perfecta y que tanto la idea de turismo que pudieran tener Néstor y su hermano Miguel en los años 30 del pasado siglo ha de ser repensada según los conocimientos y sensibilidades actuales; como también la concepción, tanto de turismo, como de relación con la naturaleza, de César han de ser repensadas y adecuadas a los estándares actuales. Pero, sin duda, estos dos artistas son un modelo válido por su implicación en la sociedad, por ampliar su arte más allá del lienzo y actuar en la vida por medio de diseños, vestidos, edificios y todo tipo de disciplina de arte funcional que construye, de un modo consciente, la estética canaria de su tiempo. Nos toca a nosotras ahora luchar para que, no de modo individual, sino de forma colectiva, podamos crear una cultura (estética) canaria contemporánea.

¿Cómo podemos hacer para que esa cultura contemporánea canaria goce de buena salud en la actual crisis que vivimos? Bueno, el mundo de la cultura, el sector cultural, al menos en el Estado español, siempre ha estado en crisis, así que llueve crisis sobre crisis. Pero, como decimos, esta puede ser una oportunidad para tomar medidas que fortalezcan el tejido de la cultura como industria sostenible. Tanto la Viceconsejería de Cultura del Gobierno de Canarias, como la Consejería de Cultura el Cabildo de Gran Canaria o el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria han puesto ya en marcha programas de ayudas a proyectos artísticos. Medidas importantes que deberán mantenerse en el tiempo y habrán de complementarse con otras que conlleven el compromiso de diferentes administraciones (locales, isleñas y estatales). Apuntaremos aquí algunas propuestas.

Ya hemos avanzado la necesidad de incorporar a las industrias creativas en los planes de reconstrucción económica. Un plan insular, por ejemplo, que relacione a artistas con sectores como las energías limpias, el nuevo turismo sostenible, el sector primario o la construcción sostenible podría proporcionar trabajo para las/os creadoras/es y aportar símbolos de identidad canaria contemporánea. Una suerte de New Deal con programas como los que se desarrollaron en la administración Roosevelt tras la Gran Depresión y que brindaron apoyo a un buen número de artistas norteamericanos (si bien, aquel modelo no dejaba de estar sujeto a una instrumentalización propagandística que en este caso habría que sortear).

Por otro lado, tanto la administración local como la isleña habrían de ampliar su patrimonio cultural con la adquisición de obras de arte de artistas vivas/os contemporáneas/os. Tarea que en Gran Canaria ya está poniendo en marcha el Cabildo, pero que también debería ser llevada a cabo por los ayuntamientos para ayudar al sector de las artes plásticas a la vez que fortalecen su patrimonio municipal.

A nivel estatal, parece urgente la creación de un organismo similar al alemán Künstlersocialkasse (Fondo de Seguridad Social para Artistas). Partamos de la base de que en Alemania la cuota de autónomos se paga en función de los ingresos. Además, dado que las/os creadoras/es son un grupo ocupacional que, generalmente, está mucho menos protegido que otros trabajadores independientes, solo tienen que pagar la mitad de las contribuciones adeudadas de su propio bolsillo, la Künstlersocialkasse se encarga del resto. Una política que reconoce la labor artística como una actividad importante para la sociedad. Necesitamos algo así, sin duda.

Pero también toca que el sector creativo invente nuevas formas de existencia. Quizá idear un arte plástico que no haya que coleccionar y que encuentre su financiación en el disfrute de la experiencia. Es el momento de experimentar y buscar nuevas vías de expresión, producción, difusión y financiación. Es el momento de ampliar el campo de actuación, de pensar de un modo nuevo, para un mundo nuevo que arrastra los viejos problemas. Es el momento de crear.

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