Cedida por Pedro Lezcano Jaén
Cedida por Pedro Lezcano Jaén

En tiempos como los que estamos viviendo, de aparición de actitudes y prácticas xenófobas en nuestra sociedad (hay que aclarar: xenofobia contra las personas migrantes), resulta de extrema gravedad la deriva esencialista del discurso de ciertos sectores feministas que nos gusta catalogar como «feminismo hegemónico», que se están empleando a fondo para impedir el reconocimiento de derechos a colectivos vulnerables por no responder a los cánones de “normalidad de género y sexualidad”. Creo que afianzarse en una identidad excluyente para establecer el sujeto político de un movimiento social aporta bastante poco en estos tiempos, máxime cuando precisamente si por algo podemos hablar de «4ª Ola feminista» es porque hemos sido capaces integrar la diversidad sin nuevas jerarquías en la lucha feminista.

Si entendemos el movimiento feminista como movimiento social, ¿por qué dar una centralidad excluyente a la identidad del sujeto del movimiento? ¿Cuál sería el sujeto de los demás movimientos sociales de nuestro tiempo: ecología y medio ambiente, animalismo, pacifismo, migraciones, anti-capacitismo…? ¿Va a aportar el movimiento feminista esquemas esencialistas para mirar a su futuro? ¿Para seleccionar qué derechos para qué mujeres?

Me preocupa esta cuestión porque, detrás de este discurso esencialista, en aras de una supuesta uniformidad del ser mujer, se deja fuera a grupos muy vulnerables todavía pendientes de que se les reconozcan plenamente sus derechos civiles, políticos y laborales. Este rechazo al reconocimiento por parte de estos sectores se intenta sustentar en campañas que estigmatizan a los colectivos, ya de por sí maltratados en nuestra sociedad: se trata, dicen, de mujeres «traidoras de género» (porque practican sexualidades disidentes) o simplemente de personas que, como «no nacieron» con ciertos atributos anatómicos, no son mujeres. Y mientras, al mismo tiempo, estos sectores se dedican a tratar de dirigir las energías del movimiento feminista y reclamar recursos legales e institucionales para “combatir” el “techo de cristal”, a ganar a las filas feministas a mujeres que puedan «tocar poder», dándose prioridad a la ”lucha” por aumentar la presencia de mujeres en consejos de administración, sea cual sea la empresa y sus fines, o a que las mujeres se dediquen a crear empresas (sin importar que puedan desplegar empresas que se benefician del trabajo precario de otras mujeres) y relegando a tareas marginales de la agenda feminista los gravísimos problemas de desigualdad y justicia social que afectan efectivamente a la mayoría de las mujeres.

Nunca entre los sectores que defienden el feminismo inclusivo otorgamos a los hombres el protagonismo ni el liderazgo en el movimiento feminista, porque no se trata de centrarnos en el sujeto aislado e individualizado (y “esencializado”). Si algo ha caracterizado la lucha feminista desde los años 60 del pasado siglo, ha sido su orientación dirigida a romper con las estructuras patriarcales que sustentan las discriminaciones y violencias asociadas al género de las personas, y en el camino nos hemos encontrado con colectivos que nos iban demostrando que esas estructuras eran también “heteropatriarcales”, porque la sexualidad y las identidades de género también afectaban a partes de la sociedad precisamente porque se nos impone una normatividad no decidida desde que nacemos. Y que además se cruzan con otras condiciones estructurales que sustentan situaciones muy diversas de desigualdad y de violencias en términos de clase social, raza, etnia, capacidades,…
Hemos ido construyendo un movimiento que reconoce que las relaciones e imposiciones asociadas al género nos afectan a todos los seres humanos, y no solo a las mujeres cisexuales, blancas, heterosexuales, occidentales y de clase media. Si pensamos el sistema de género y sexo como un marco que se sustenta en unas relaciones sociales de poder, ello supone admitir que, dado que en toda relación hay pluralidad y diversidad de sujetos, el objetivo tendrá que ser transformar las estructuras que sustentan esas relaciones, cambiando las condiciones de vida que oprimen a una de las partes de la relación, pero sin duda ello conlleva y requiere transformar las condiciones de las demás partes.

Creo que el feminismo nunca ha mirado solo a las mujeres, hemos luchado y hemos intervenido para transformar todas las relaciones y estructuras sociales y hemos provocado transformaciones en toda la sociedad (y no solo en las mujeres). Una mirada unilateral de la lucha feminista es ciega a la realidad. No es ese mi feminismo.

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